Si preguntara, fanatismos aparte,
si les hubiera gustado ver a mediados de la década de los 90 una ataque
barcelonista formado por Figo, Stoichkov y Steve McManaman, seguramente la
respuesta de la mayoría de los aficionados a la pelota hubiera sido un lacónico
pero efusivo ¡sí, claro!
La contestación cambiaría, poca
duda cabe, si la condición para que ese tridente pudiera haber sido posible
fuera la de que un cuarto jugador no se hubiera enfundado nunca la zamarra
azulgrana, que "el capitán patapalo" no formara parte de la historia
del Fútbol Club Barcelona.
A menudo, cuando recordamos y
hacemos acopio de los mejores futbolistas que han pasado por el F.C. Barcelona,
hay uno que, si no se olvida, es de los últimos en venirnos a la mente,
deshonrando con ello nuestro intelecto a su persona y logros.
Solemos recurrir de inmediato a
Johan Cruyff, Ladislao Kubala, Pep Guardiola, Romario, Ronaldo, Ronaldinho e
incluso Maradona, aun con su limitada aportación. Pero de entre ellos, los
recordados, seguramente uno de los tres mejores, por aportación y sin duda
calidad, viene a nuestra mente el último, cuando batallábamos ya por intentar
evocar el recuerdo diciéndonos que debe de faltar alguno, preguntándonos ¿quién
se nos escapa? Y al final, cuando casi teníamos la alineación garabateada al
completo sobre el folio mal recortado a mano, nos lamentamos tras un chispazo
de lucidez y decimos: ¡claro!, ¡maldita mi memoria!, ¡olvidaba a Rivaldo!
Corría el año 1997 y en su
período estival el a la sazón presidente del F.C. Barcelona, el Sr. Josep Lluis Núñez, no logró ponerse de
acuerdo con el representante de quien ya en aquella época apuntaba a mejor
delantero centro de la historia del fútbol, y cuyo contrato, aún en vigor,
llevaba el membrete del equipo catalán. Núñez y Ronaldo, el Barcelona y el brasileño, separaron sus caminos por
desavenencia salarial, siendo este último vendido al Inter de Milan, para pesar
del seguidor catalán.
El combinado de la Ciudad Condal
quedaba así huérfano de una de las piezas principales, uno de los crack del
momento en quien cimentar un proyecto de equipo sólido y poder encarar con
ilusión todas las competiciones, pero principalmente una que escaseaba en sus
vitrinas, en las que únicamente brillaba el gris metalizado, pulido con esmero
al ser exclusivo, de la Copa de Europa del año 1992 conseguida épicamente en Wembley.
Para encarar la temporada 1997-1998, y tras el año de
transición que medió entre Johan Cruyff y "el futuro", ocupado el
banquillo por Bobby Robson, el presidente Núñez y el vicepresidente Joan Gaspar
decidieron pujar fuerte para reactivar el equipo y contrataron a uno de los
mejores entrenadores de aquel tiempo, el holandés, campeón de la Liga de
Campeones dos años antes con el Ajax y semifinalista de la última edición, Louis Van Gaal. Asimismo decidieron afrontar
la baja de Ronaldo invirtiendo una gran cantidad de dinero en fichajes, entre
ellos el de Sonny Anderson, quien se postulaba como el relevo natural del otro
brasileño pero cuyo temible apodo "pistolero", finalmente, resultó
ser bastante más figurado de lo que se esperaba.
El equipo comenzó muy mal la
pretemporada, no únicamente en tanto a resultados, sino en cuanto al juego y
las sensaciones que transmitía el cuadro de Van Gaal. Por ello el presidente
decidió, a punto de comenzar la temporada, y precipitado tras la mala imagen
que casi cuesta la eliminación en la fase previa de la Liga de Campeones, donde
finalmente se venció por 3-2 al débil Skonto Riga de Letonia el 13 de agosto de
1997, echar el resto por un jugador de alto
nivel para el ataque, tanteando así al gran interior derecho del Liverpool
Steve McManaman.
Todo parecía ir encaminado a una
pronta firma, pero Louis Van Gaal, que no veía con malos ojos la posible llegada
del inglés dado su nivel como futbolista, dudó en la ubicación de éste en su
once inicial, ya que Luis Figo era dueño y señor de la banda derecha y el
fútbol por aquella época era menos, digamos, innovador que el actual y no
estaba en boga el que los jugadores de banda jugaran a lo que hoy llamamos pierna
cambiada, en banda opuesta a su pierna virtuosa.
Así que el holandés,
pragmático y autómata como pocos, manifestó a su presidente que para poder
desarrollar el sistema que tan buenos
frutos le dio en el Ajax, su 3-4-3
adaptable a 4-3-3, el cual lanzó su
carrera, necesitaba un jugador zurdo al que poder ubicar en la izquierda del
ataque, no a otro diestro como McManaman; manifestaciones que trastocaron los
avanzados planes y precipitaron los acontecimientos hasta un punto extremo.
José Luis Núñez tuvo que
paralizar el fichaje del diestro y actuar rápido en el difícil mercado de la
época, donde los precios por grandes jugadores habían aumentado mucho en
relación a épocas recientes, así como presionado por la inmediatez del cierre
del mercado en el presente mes de agosto.
Movió ficha Núñez con celeridad e
intentó firmar al habilidoso y estético brasileño zurdo Denilson, pero el
precio solicitado por su equipo, el Sao Paulo, fue desorbitado, teniendo que
desistir y romper finalmente las nacientes negociaciones.
Así, tras los consejos de varios
de los componentes del cuerpo técnico del club, principalmente del ex entrenador Serra Ferrer, de manera precipitada y casi a la desesperada, el 15 de
agosto de 1997, dos días después del partido contra el equipo letón y último
día de inscripción de jugadores, el F.C. Barcelona culminaba un hecho sin
precedentes hasta el momento, que rompía en cierto modo la armonía y el decoro entre clubes, depositaba en la federación el talón que cubría
la cláusula de rescisión, la
respetable cantidad de cuatro mil millones, del media punta zurdo que la pasada
temporada había maravillado en la liga española en su primer año en el país
jugando para el Deportivo de la Coruña.
El F. C. Barcelona se hizo así con el gran Vítor Borba Ferreira Gómez, por
todos conocidos como Rivaldo (Pernambuco,
19 de abril de 1972).
Para el aficionado que haya
disfrutado de él en su etapa como futbolista en el F.C. Barcelona poco servirá
que le cite sus características, y es que Rivaldo era un jugador de los que nunca se olvidan, de los que tanto gestos,
como maneras, movimientos, detalles técnicos o golpeo de balón todos hemos
querido emular en nuestra infancia y adolescencia.
Raro es quien, incluso siendo
diestro, no haya adoptado en múltiples ocasiones la
postura de espera a un lanzamiento de cualquier falta recibida en el campo de
fútbol de su barrio, quien no haya adelantado ligeramente su pierna buena
(emulando a la izquierda de Rivo), el
cuerpo erguido, los brazos en jarra a la altura de la cadera, el cuello semi flexionado
hacia la pelota, y la mirada esquiva al resto de jugadores, vacilante e
intermitente entre balón y dirección de golpeo prevista, y tras pocos pasos de
impulso... ¡zas!, se haya creído el gran dios brasileño.
Quién no haya deseado dejarse
caer en la frontal del área rival al más leve contacto que tire la primera
piedra, por supuesto no será mi caso.
Igualmente extraño me parecería escuchar
a una persona de mediana edad, futbolera y barcelonista, que manifieste no
haber tenido una camiseta con su nombre y número, el mítico 11 o el posterior
10, ya fuera en diseño rayado o franjeado (horizontal o vertical) azul y grana
o en cualquiera de los experimentos que, por la época y aun en la actualidad,
suelen sacarse a la venta más como visión empresarial que tradicional, o
cualquier imitación económica para adquisición y goce del menos pudiente.
Un jugador que pese a su metro y ochenta
y seis centímetros de esbelta figura, poseía movimientos en alto grado
estéticos, los cuales le permitían quiebros imposibles.
Alto y de complexión fuerte, usaba mucho su cuerpo para proteger el
balón, pero principalmente para imprimir potencia al disparo. Gesto característico
en su duro chut a puerta el de levantar ambas piernas del suelo impulsadas por
la misma energía, disparo que conseguía sacar en cualquier tipo de situación por
complicada que pareciera.
Su principal virtud era sin duda
el lanzamiento de zurda, tanto en
juego activo como a balón parado, en disparos de falta agresivos y precisos y
en saques de esquina con efectos que hacían temblar las leyes de la física.
Pero no podemos dejar de recordar
su inmensa capacidad para controlar cualquier balón aparentemente imposible
tanto con su zurda como, en tantas ocasiones, con el pecho, así como sus regates, eligiendo siempre la técnica sobre la velocidad, y
aprovechando su gran zancada y potencia,
y sus pases entre líneas, milimétricos.
Un jugador con cifras goleadoras
elevadísimas, que nunca jugó pero podría haberlo hecho como el mejor de los delanteros
centros, dado que tenía ese instinto natural para buscar perforar la portería
rival a la menor ocasión presentada.
Tan recordadas son sus fintas en velocidad cuando parecía que
iba a disparara a gol y finalmente quebraba cinturas rivales, como sus rabonas, recurso que usaba para paliar
quizá uno de sus pocos defectos destacables, el prácticamente nulo uso de la
pierna derecha para influenciar su juego.
Quién no habrá maldecido su
estampa por no usar la derecha cuando parecía clara la ocasión, gritando al
televisor algo así como ¡Rivaldo, vaya pata de palo tienes en la derecha!
Claro que, si algo recordamos como
imagen almacenada en nuestra tarjeta de memoria, es su recurso técnico más
depurado en relación a la dificultad que entraña su ejecución, el tiro a puerta
mediante chilena. Él consiguió dar a
este gesto técnico un cariz más práctico del que siempre había tenido, usándolo
con una estética impecable, propia de tal maniobra, pero ya no como recurso de
emergencias, en movimiento, como ya patentó el gran Hugo Sánchez, sino como un
disparo más en cualquier situación, disponiéndose el balón oportunamente en el
aire sobre su testa para finalizar la acción como si de un sencillo disparo a
puerta se tratase.
Como carencia principal, además
de su pierna débil, únicamente podríamos destacar que su implicación defensiva
no era demasiado elevada, al uso de los grandes diez de la historia, quienes
prefieren agotar sus recursos y energías en el ataque, y para los que el equipo
debe estar formado a su medida.
Rivaldo llegó a Cataluña en el verano del año 1997, con Louis Van
Gaal como técnico, se mantuvo cinco años
hasta que marchó en la misma estación del año 2002, en la segunda etapa del
entrenador holandés, lastrado por algunas lesiones y con discrepancias con el
míster en cuanto al rol que debía tener en el equipo y la posición a ocupar.
Recaló en el F.C. Barcelona tras
una enorme temporada en el mejor Deportivo de la Coruña que se recuerda, donde,
llegado del Palmeiras por mil millones de pesetas, asumió el papel de sustituir a Bebeto,
eligiendo el número 11 y jugando en su mejor posición, como media punta
central, acabando el año con 21 goles.
En su primera temporada como
azulgrana ya comenzó a dar el rendimiento esperado. Van Gaal, como dejó claro a su presidente sobre lo que necesitaba
fichar, lo ubicó en la banda izquierda
del ataque, restándole las dosis de libertad y anarquía que Rivo venía teniendo hasta la fecha,
jugando a su lado un delantero centro puro, Anderson o Giovanni (Stoichkov
finalmente no cuajó en su segunda etapa y Pizzi jugaba menos), un media punta que solía ser Luis
Enrique o De la Peña y Figo fijo en la derecha.
Rivaldo se adaptó de inmediato,
aun sabiendo que no era su mejor posición y no estando de acuerdo con ello, y
con sus 19 goles en liga y 8 en
nueve partidos de Liga de Campeones, ayudó al Barcelona a hacerse con el doblete de Liga y Copa del Rey de esa temporada
1997-98, y con la Supercopa de Europa, logrando con ello el equipo olvidar la
eliminación catastrófica en la fase de grupos de la máxima competición europea
a manos del Dinamo de Kiev o la inicial, e igual de dolorosa derrota, por 4-1
contra su archienemigo Real Madrid en la Supercopa de España.
Van Gaal tuvo que variar el
sistema usado tantas veces en su Ajax, el 3-4-3, por un 4-3-3 en muchas
ocasiones, ya que inicialmente el mecanismo no engranó como se esperaba al no
disponer de los mimbres necesarios, y Rivaldo se vio movido entre la media
punta y la izquierda a menudo, pero finalmente terminó ubicado en banda, como
menos le beneficiaba.
El segundo año, la temporada 1998-99, Rivo aumentó sobremanera sus prestaciones, haciéndose ya con la vitola de ídolo absoluto de la afición
local, con el mando del equipo, que giraba en torno a él, y con la admiración
de todo el panorama internacional de la crítica futbolística.
Este primer año de temporada consolidó
su nivel con la selección brasileña, siendo uno de los principales baluartes
ofensivos del equipo en el Mundial de
Francia 1998, su primero tras la decepción de quedarse fuera en el de EEUU
1994, y fundamental en muchos de los partidos del torneo, mediante sus tres goles
y sus asistencias, aunque finalmente cayeran derrotados con estrépito en la
final contra la selección anfitriona.
En el campeonato liguero mejoró
sus números, consiguiendo 24 tantos
para ayudar a su equipo a proclamarse nuevamente
campeón. En el segundo año de esta temporada (1999) volvió a demostrar su
nivel en la Canarinha, siendo
fundamental para la victoria en la Copa
de América disputada en Paraguay.
Todo ello culminó con la
indiscutible proclamación de Rivaldo, a sus veintiséis años, como mejor jugador del mundo en el año 1999,
consiguiendo el Balón de Oro y el Fifa
World Player por delante de jugadores como David Beckham o Andrei
Shevchenko. Siendo quizá una de las elecciones menos discutidas de este premio,
ya que el brasileño estaba haciendo disfrutar con su fútbol a cualquier
aficionado de toda nacionalidad.
La temporada 1999-2000 esperaba ser la de la consolidación del bloque,
pero el año no fue, en cuanto a títulos, igual de exitoso que los anteriores,
ya que no se logró ninguno, aun habiéndose luchado hasta última hora en varios
de ellos.
Pero el rendimiento particular de
Rivaldo seguía siendo muy alto, el brasileño continuaba demostrando que era el
mejor futbolista del mundo. Ese año, el último de Van Gaal en su primera etapa
en el banquillo barcelonista, el brasileño contribuyó con 23 goles a los resultados de su equipo.
El siguiente año se precipitaron
varios acontecimientos en el club. La salida de Nuñez como presidente y el
alzamiento de Joan Gaspart, la partida
de Van Gaal y llegada de Serra
Ferrer, el fichaje del segundo ídolo local Luis Figo por el Real Madrid... todo ello generó problemas en
cuanto a la fiabilidad del proyecto.
Aun así la temporada 2001-02 fue su
mejor año cuantitativo, que lamentablemente no estuvo acompañando de éxitos
del club, ya que el F.C. Barcelona había entrado en una de las peores épocas de
su historia, donde la plantilla bajó el nivel de jugadores año a año y el
desorden y la desestabilidad deportiva e institucional, con el baile de
entrenadores y futbolistas, se convirtió en una constante.
Todo ello dejó dos estampas
inolvidables aunque muy distantes en cuanto a imagen del club: la fotografía de
su precisos gesto técnico que batía al tantas veces castigado por él Santiago
Cañizares, y acto seguido la efusiva, rozando lo irrespetuoso, celebración en
el palco de autoridades del ya presidente Joan Gaspart, quien no pudo contener
su emoción y celebró el gol mediante gritos, aspavientos, saltos y toda clase
de gestos exaltados.
Ese año, su cuarto en el equipo,
no fue el mejor para el club, pero seguramente sea de los más recordados para
el aficionado de mi estilo, el que a día de hoy siente más pasión y apego hacia
los buenos jugadores que hacia los equipos.
36 goles fueron los que consiguió en total el fenomenal media punta
brasileño en ese su penúltimo año en el club catalán.
Su última temporada fue la 2001-02, en la cual volvió al equipo
Louis Van Gaal y quiso renovar el plantel.
Afectado por varias lesiones, con
treinta años de edad, y con la relación con el holandés mermada desde su etapa
anterior, no disfrutó de los mismos minutos y sólo pudo lograr 8 tantos, y así, al final de temporada
decidió marchar con la carta de libertad bajo el brazo rumbo a Italia, para
jugar en el A.C. Milan, con quien,
aun no volviendo ya a ser el mismo, conquistaría en su primer año el título que
le faltaba tras la reciente consecución del Mundial de Corea y Japón del año 2002 con Brasil ese verano (otra
vez figura clave con 5 goles), la Liga
de Campeones conseguida por el equipo milanés.
Marchó así el astro, la zurda más
recordada; y con él sus 130 goles, su promedio de más de un gol cada dos
partidos, y la ilusión de tantos aficionados sentados frente al televisor cada
fin de semana esperando reconocer ese par de botas negras con el aspa blanca y
la inscripción Mizuno, esperando presenciar el siguiente recital.
Tras dos años en el Calcio (donde
también engrosó su currículum con un campeonato italiano), siguió jugando,
continuó divirtiéndose en varios equipos como Cruzeiro, Olympiacos, AEK Atenas,
FK Bunyodkor, Sao Paulo, y varios más del campeonato carioca hasta retirarse en
el año 2014 en uno de los equipos donde comenzó, el Mogi Mirim de Brasil, del
cual se hizo presidente.
Y es que él ha sido de los que
nunca quiso ocultar un sentimiento tan noble, su pasión por el fútbol.
A veces parece que la memoria
únicamente recuerda detalles, momentos clave o curiosidades, dejando en la
trastienda méritos, horas de gozo, noches de insomnio por excitación post
partido... en fin, desde aquí, desde mi humilde rincón, quiero inmortalizar
este recordatorio a quien para mí es, sin ningún género de dudas, el mejor media punta puro que mis treinta
años de vista han podido presenciar en el Fútbol Club Barcelona.
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